Todos pecamos y ofendemos
(BA, “tropezamos”) y el lugar más fácil para tropezar es el uso de la lengua.
¡Qué fácil es permitir que se nos escape una palabra crítica! Si alguien tiene
realmente controlada su lengua, de modo que no caiga en pecado en ese aspecto,
de hecho tiene tanto dominio propio como para ser perfecto, dado que la lengua
es la última parte del cuerpo que se pone bajo control.
Santiago da una serie de
ejemplos que ilustran este hecho. Un caballo (una de las
“máquinas” más poderosas en tiempos del autor) es controlado por un freno en su
boca. Un barcoJ, el mayor
vehículo movible de su tiempo, se controla por un timón, que en ese entonces
tenía la forma como de una lengua. La lengua también es poderosa como lo
muestra su jactancia.
Santiago cambia la orientación
del argumento en este punto y compara la lengua a una chispa que puede ser la
causa del incendio de un bosque. La fuente de esa chispa es el mismo infierno.
El autor no está hablando de la lengua como la fuente del lenguaje que es un
don de Dios. Más bien, está pensando en la lengua como algo corrompido por la
caída. Muchos pecados, si no todos, comienzan con una palabra. Puede ser
pronunciada en forma audible o “dicha” silenciosamente en lo interno de la
persona.
Lamentablemente, así como es
poderosa, la lengua es difícil de domar. Santiago declara la verdad general sobre la capacidad de la gente para
domar animales y la compara con su incapacidad de domar la lengua (no está
implicando una observación científica de que todas las especies animales han
sido domadas). Aun contando con toda la capacidad, no hay ser humano que pueda
controlar su propia lengua. Aun el más perfecto de los santos experimenta
momentos cuando desea volver a meter en su boca las palabras que acaban de
salir.
Santiago da dos ejemplos para
presentar la conclusión de este
punto. El primero se toma de la tierra de Israel, donde en el árido valle del
Jordán se podía ver, a la distancia, un torrente que fluía del valle en su lado
oriental. Uno viajaba hasta allí esperando encontrar agua. A veces el agua era
fresca y buena. A veces estaba llena de minerales (sal) y era imbebible. Pero
algo era seguro: los dos tipos de agua no brotaban de la misma fuente. Del
mismo modo, uno no obtiene un fruto diferente de un árbol o una viña que el que
crece de acuerdo con su naturaleza. Este argumento implica que, si estamos
usando insultos o maldiciones al hablar, es porque ésa es nuestra naturaleza.
Nuestras alabanzas a Dios son una cobertura, un tipo de hipocresía.
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