jueves, 21 de agosto de 2014

El mal en la lengua


Todos pecamos y ofendemos (BA, “tropezamos”) y el lugar más fácil para tropezar es el uso de la lengua. ¡Qué fácil es permitir que se nos escape una palabra crítica! Si alguien tiene realmente controlada su lengua, de modo que no caiga en pecado en ese aspecto, de hecho tiene tanto dominio propio como para ser perfecto, dado que la lengua es la última parte del cuerpo que se pone bajo control.

Santiago da una serie de ejemplos que ilustran este hecho. Un caballo  (una de las “máquinas” más poderosas en tiempos del autor) es controlado por un freno en su boca. Un barcoJ, el mayor vehículo movible de su tiempo, se controla por un timón, que en ese entonces tenía la forma como de una lengua. La lengua también es poderosa como lo muestra su jactancia.

Santiago cambia la orientación del argumento en este punto y compara la lengua a una chispa que puede ser la causa del incendio de un bosque. La fuente de esa chispa es el mismo infierno. El autor no está hablando de la lengua como la fuente del lenguaje que es un don de Dios. Más bien, está pensando en la lengua como algo corrompido por la caída. Muchos pecados, si no todos, comienzan con una palabra. Puede ser pronunciada en forma audible o “dicha” silenciosamente en lo interno de la persona.

Lamentablemente, así como es poderosa, la lengua es difícil de domar. Santiago declara la verdad general sobre la capacidad de la gente para domar animales y la compara con su incapacidad de domar la lengua (no está implicando una observación científica de que todas las especies animales han sido domadas). Aun contando con toda la capacidad, no hay ser humano que pueda controlar su propia lengua. Aun el más perfecto de los santos experimenta momentos cuando desea volver a meter en su boca las palabras que acaban de salir.

Santiago da dos ejemplos para presentar la conclusión de este punto. El primero se toma de la tierra de Israel, donde en el árido valle del Jordán se podía ver, a la distancia, un torrente que fluía del valle en su lado oriental. Uno viajaba hasta allí esperando encontrar agua. A veces el agua era fresca y buena. A veces estaba llena de minerales (sal) y era imbebible. Pero algo era seguro: los dos tipos de agua no brotaban de la misma fuente. Del mismo modo, uno no obtiene un fruto diferente de un árbol o una viña que el que crece de acuerdo con su naturaleza. Este argumento implica que, si estamos usando insultos o maldiciones al hablar, es porque ésa es nuestra naturaleza. Nuestras alabanzas a Dios son una cobertura, un tipo de hipocresía.












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